Parece una tontería pero no lo es. Porque, a la hora de comprar una bombilla que nos dé suficiente luz, ¿qué queremos? ¿Qué ilumine bien, que sea eficiente, que gaste poco? Y ahí entran dos conceptos que chocan entre sí cuando no invitan directamente a la confusión como son lúmenes y vatios.
Tan parecidos son estos dos términos que con frecuencia se utilizan para explicar las características del otro, y viceversa, y luego ocurre lo que ocurre, que terminamos comprando las bombillas dependiendo de los vatios que ofrezcan en lugar de hacerlo por la luz que nos proporcionen, que es lo que realmente nos interesa.
Porque eso es lo que hacen los lúmenes, ni más ni menos que medir la cantidad de luz –esto es, su potencia lumínica- de una bombilla. Las distintas tecnologías existentes en el mercado -incandescente, fluorescente, mercurio, metal halide, sodio de alta presión y LED- emiten una determinada cantidad de luz por vatio consumido. Pues eso mide el vatio, el consumo de energía de una determinada bombilla. Si nos atenemos a las referencias expuestas en el cuadro que acompaña estas líneas. Así, comprobamos que una bombilla incandescente de 100 vatios emite una luminosidad de 1.400 lúmenes. Esa misma cantidad es la que ofrecen una bombilla fluorescente compacta de 20 vatios y una bombilla LED de 12 vatios. Menos vatios pero muchos más lúmenes. ¿Por qué? Razones de eficiencia: el diseño de estas dos últimas bombillas permite ofrecer mucha más luz consumiendo bastante menos energía.
Luego entrarían en consideración otras características como la duración de la bombilla, el coste y argumentos similares que, en definitiva, nos orientarán a la hora de determinar la mejor compra para nuestras necesidades. Pero sin pasar por alto la importancia de los lúmenes a la hora de concretar esa compra. Por la cuenta que nos trae.
Fuente: innova-led.blosgpot.com
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